jueves, 8 de marzo de 2012

Ángela Ramos: La primera reportera de calle del periodismo peruano

En el Día Internacional de la Mujer, cabe un homenaje a ésta recordada periodista que revolucionó el papel del género en el recojo de la noticia en la misma fuente. Doña Ángela Ramos compartió vivencias con aquellos seres relegados en la sociedad y las transmitió a través del periodismo escrito, humanizando la figura de presos y desposeídos y revelando una serie de injusticias que pocos conocían.

Tuve la oportunidad de conocerla, de compartir opiniones en su antigua casa de una quinta miraflorina, en plena avenida Larco. Llevaba bastantes años a cuesta y era de una figura frágil y pequeña. Me pareció simplemente encantadora. Luego de pocos meses dejó de existir. Pero sus enseñanzas y ejemplo quedaron impregnados en mí y en todos los que la conocieron o fueron reporteados por esta inmensa mujer.

La crónica que a continuación reproduzco fue realizada por ella misma a pedido de los editores de la revista "Talleres de Comunicación", Reynaldo Naranjo y Carlos "Chino" Dominguez, aparecida en febrero de 1983.







Fuente: Talleres de Comunicación, cuaderno n° 1 de febrero de 1983

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Ollanta- Hace 25 Años....¿Será?


Actualización:

Defensa no da información de militares investigados por violaciones de DDHH

No coopera. MIndef niega información sobre procesados.
No coopera. MIndef niega información sobre procesados.

La Coordinadora Nacional de Derechos Humanos y la Defensoría del Pueblo advierten que el Ministerio de Defensa (MINDEF) continúa negándose a identificar a los militares y policías investigados por violaciones a derechos humanos.
Mediante una carta, la coordinadora señaló que la actual administración estatal no entrega los datos que solicitan los juzgados y las fiscalías que investigan a presuntos perpetradores de graves crímenes contra los derechos humanos.
"Continúan con la estrategia del gobierno anterior, de no permitir acceso a la información contenida en los archivos militares", señala parte de la carta.
La adjunta para el tema de derechos humanos de la Defensoría del Pueblo, Gisela Vignolo, confirmó que el Ministerio de Defensa continúa afirmando que no cuenta con la información solicitada.
Por su parte, la abogada de APRODEH, Gloria Cano, reveló que los acusados por violaciones a los derechos humanos en Cabitos, están presentando documentos autenticados por el MINDEF.  "Pero para el Poder Judicial no hay?, inquirió.
Fuente original La República

martes, 6 de diciembre de 2011

Martha Hildebrandt hace 28 años

Foto Victor Manrique de Caretas- 1974




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Actualizaciones:
Recientemente se ha producido un altercado  lingüístico entre Martha Hildebrandt y el sexólogo y lingüista Marco Aurelio Denegri (retrotrayéndonos a la parodia de los cómicos Álvarez y JB) Antes, hace un par de años, se produjo una primera escaramuza.


El pleito, por el título del libro y etimologías mal usadas, aquí en video:

viernes, 25 de noviembre de 2011

Los 96 de Armando Villanueva



Ficha del líder aprista Armando Villanueva del Campo, que yace en los archivos del Ministerio de Gobierno y Policía, Lima, 1949
(Durante la dictadura del general Manuel A. Odría)

*Acompaña a la fotografía la siguiente descripción del detenido y posteriormente desterrado cabecilla arprista.

"Desempeñaba el cargo de Secretario de Propaganda del Comité Ejecutivo del APRA. Aparece fichado en el Gabinete de Investigaciones el 27 de diciembre de 1938 por sus actividades terroristas. (Fue detenido el 11 de noviembre de 1938 cuando se encontraba sesionando en forma clandestina en la casa signada con el número 545 de la Avenida Aviación, en Miraflores) Se ha distinguido por ser un activo agente de la secta, sirviendo de enlace y enviando comunicados a los apristas desterrados. (Es impulsivo, sumamente peligroso)  Las veces en que ha sido detenido se le ha encontrado armado y ha repelido siempre a la policía . (Participó activamente en el movimiento revolucionario del 3 de Octubre de 1948)"

Fuente: Ministerio de Gobierno y Policía del Perú, Lima, 1949.

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Como vemos, Armando Villanueva del Campo, renombrado líder aprista, conocido en su juventud con el seudónimo de "puma", luego en los años 80s  como "búfalo" o "zapatón" y más recientemente -con el devenir de sus canas- como "Don Armando", fue perseguido, apresado, encarcelado y desterrado a tierras lejanas por su actividad política al lado de Haya de la Torre. Y su vida por mas de 50 años estuvo signada por la lucha política contra las peores dictaduras que ha tenido el país en el siglo pasado. Siempre los organismos de seguridad se encargaron de difundir de él una imagen de hombre violento, quizá basados en su contextura física y decidida batalla contra sus rivales políticos. 

Hoy ha cumplido 96 años de edad y se podría decir que permanece lúcido en su análisis de la realidad. Es muy querido entre las nuevas hornadas de apristas y recibe constantemente visitas de jóvenes estudiantes y disciplinados "compañeros". Su liderazgo es casi como el de un cacique, el que es consultado en los temas más espinosos por los que deviene el país. Y sus impresiones vaya que pesan, así como sus años. Últimamente su salud se ha visto quebrantada en varias ocasiones.

Lo que queda es su prominente figura política y su experiencia de vida, casi intacta en sus recuerdos, lo que es aprovechado para dictar cátedra en cada reunión con ávidos aspirantes a políticos. Armando Villanueva se acerca al siglo de existencia siendo el centro de admiración por su larga y vertiginosa carrera pero, fundamentalmente, por su cualidad de hombre firme y consecuente con sus principios. Aunque estos se fueron adaptando a los nuevos tiempos...quizá de ahí provenga su valía.

HOMENAJE en imágenes

A continuación imágenes inéditas del "zapatón" en todos sus tiempos. Algunas de las fotos pertenecen al archivo perdido del diario La Crónica y posiblemente fueron tomadas por el legendario Carlos "chino" Domínguez.







martes, 15 de noviembre de 2011

La Prensa: Los buenos tiempos y su ocaso


Fuente original de éste artículo aquí

El siguiente artículo es de la autoría del periodista y escritor Guillermo Thorndike Losada, tomado de su libro Los prodigiosos Años 60 (Primera edición Mayo de 1993), páginas 47 a 51. 

REVOLUCIÓN EN EL DIARIO LA PRENSA 


Hombre rico, Beltrán vivió rodeado de bohemios con los bolsillos agujereados mientras La Prensa se convertía en el matutino de mayor circulación en el país. A la hora en que los periodistas llegaban a trabajar, ya Beltrán había revisado cuentas, sostenido conciliábulos políticos o dictado el conjunto de ideas que darían sustento a la siguiente edición. Si el contenido del diario flaqueaba, si bajaba el estilo, si se perdían primicias, si incomprensiblemente El Comercio ganaba una noticia, Beltrán reactivaba su escuelita de las ocho de la mañana. Significaba una hora menos de sueño para todos. Ni siquiera pasaban una taza de café. 



Con la cavernosa entonación que imp0rimía a su voz para manifestar disgusto, Beltrán examinaba un ejemplar de La Prensa en el que ya había subrayado imperfecciones o historias desperdiciadas o datos que no eran exactos. Se portaba como un crítico sanguinario, malhiriendo las pequeñas grandes vanidades reunidas en una sala de redacción donde sólo se movían las moscas. Había de todo en ese conjunto de maltrechos héroes de la noticia, gente de paso que había sufrido descalabros personales, hombres de otras profesiones que recalaban en La Prensa por necesidad, periodistas por vocación, escritores sin fortuna, juerguistas, ex sacerdotes, asilados que no quisieron volver a sus patrias, unos cuantos bígamos y cuentistas y también jóvenes ambiciosos, para quienes recién empezaban los caminos. Beltrán exigía más noticias, mejor escritas. Todo siempre más temprano. En la escuelita se discutían reportajes y estilos y también se leían piezas de buen periodismo, antiguos y memorables despachos de agencias noticiosas, artículos que Beltrán había coleccionado de su diario favorito, The New York Times, y hecho traducir al castellano, y hasta el testimonio de corresponsales como Dos Passos o Hemingway. A las nueve en punto, muchas veces furiosos con Beltrán, sus periodistas salían en busca de historias únicas e irrepetibles, ignorando que para el jefe competían con James Reston en plena batalla de Inglaterra, con Clifton Daniel desde Moscú o con el formidable Arthur Krock revelando las complicadas claves de Washington D.C. Y es que Beltrán, que escribía con precisión y lentitud, usando una pluma fuente y papel membretado, había aprendido el negocio de los diarios directamente arriba, gracias a su amistad con Arthur Hays Sulzberger, que en 1960 seguía siendo el conductor del Times neoyorquino. Pero las eminencias del Times, aunque a veces influyeran en los destinos del mundo, estaban fuera del alcance de las asombrosas experiencias atesoradas por Beltrán en La Prensa. Ante un fenómeno de mortandad de patos marinos, ningún reportero del Times hubiera entrevistado a un patólogo. Ni el Times hubiese anunciado ocho muertos en un espantoso descarrilamiento cuando apenas se había encontrado los cadáveres de seis maquinistas y brequeros, sólo por la suposición de que todo tren lleva un mínimo de dos pavos a bordo. A nadie en el Times lo desafiaban a duelo, según el Código de Honor del Marqués de Cabriñana, simplemente porque alguien no estaba de acuerdo con un editorial. Y al Times nunca había llegado una gestapo sudamericana para apresar a toda la plana de editores y enviarla cuarenta días a una prisión isleña, en castigo por reclamar elecciones limpias. 

Beltrán, hombre rico, tenía que soportar el acoso de truhanes que gastaban todo su salario en una noche de juerga. Las planillas se pagaban cada quince días, pero a los siete llovían peticiones de préstamos y adelantos. A quienes estaban endeudados, no les podían alargar el crédito. Salvo una tragedia familiar, una auténtica emergencia, las reglas tenían que ser cumplidas. El tesorero de La Prensa era un hombre de hielo, redondo e inexpresivo, que escuchaba inmóvil las historias más dolorosas sólo para contestar siempre la misma palabra: no. Escuchado el veredicto, quedaba la apelación ante el propio Beltrán, con la ventaja de que Beltrán era La Prensa además de Beltrán, un hombre rico. Pero el hacendado estaba hecho de fierro. Durante diez, doce, aún más años, había tenido que pagar los sueldos de su bolsillo o pedir la colaboración de amigos como don Juan Gildemeister. Optó por convertirse en hombre pobre. Como muchos ricos de Lima, Beltrán tenía su ropero de provincias, al que pasaban los trajes ingleses después de un razonable uso capitalino. Empezó a usarlos para ir a La Prensa. También eliminó el dinero. Todo cuanto llevaba en su billetera de cocodrilo era un billete de cinco soles, unos treinta centavos de dólares, aparte de calderilla en su monedero. El billete de cinco soles nunca se movía de su sitio. El sencillo servía para sus tratos con las vendedoras de paltas, tres serranas gordas con trenzas lustrosas, para quienes Beltrán era un casero simpático que vivía en esa esquina de la calle Velaochaga, pero nada más. Cuando un pedigüeño insistía en pedir prestado a La Prensa o a Beltrán, daba lo mismo- el rico hombre pobre extraía el supremo argumento de su billetera y su paupérrimo contenido. No es como piensa la gente, oiga usted, no es cierto que yo pueda estar haciendo préstamos, mire cómo tengo que caminar, si apenas tengo cinco soles!. 


Trabajar en La Prensa era como pertenecer al Times en Nueva York. Como antes había modernizado la agricultura, Beltrán capitaneó una revolución periodística. Mientras El Comercio se aferraba a sus tradiciones, con una primera plana llena de anuncios, La Prensa inauguró un diseño inspirado en el Herald Tribune. Del Times copió la sección de los bull pen, un conjunto de hombres mayores, nocturnos, silenciosos, que manejaban el idioma con sabiduría y buen gusto, que leían todos los artículos y examinaban todas las pruebas de página. La Prensa nunca equivocaba un nombre, una fecha, la declinación de un verbo, el uso de un adjetivo. Impuso, además, la objetividad en el trato de las noticias. La página editorial tenía su propia planta de escritores que, bajo su firma, podían escribir lo que quisieran. Casi todos habían sido adversarios de Beltrán. La opinión del diario se expresaba con sencillez que pronto demostró tener efectos demoledores. En los años cincuenta, La Prensa quintuplicó su circulación y sus periodistas se hicieron conocidos, pues a diferencia de otros diarios, publicaba con firma los mejores artículos del día. Si algunos podían estar en desacuerdo con ciertas ideas de Beltrán, no lo estaban con La Prensa. 


La vida de todos cambió cuando Beltrán casó con Miriam Kropp. Era una dama rubia, de aspecto conservador, que hablaba un castellano de California y de quien se decía que era aun más rica que don Pedro. Ya no tendrían hijos pero se mostraban felices. Miriam no abandonó la ciudadanía estadounidense, lo que hizo de ella una de las personalidades más influyentes en la numerosa colonia de su país. En esos días modernizaron la casona de Velaochaga, sin alterar su arquitectura. 



Beltrán insistió en agregar un pequeño ascensor. La anciana residencia estaba dispuesta en derredor de un patio floribundo, apacible como un estanque en el que flotaran las cabelleras verdes de helechos extensos como medusas. En la planta alta, protegida por uno de esos enormes y laboriosos balcones de la Colonia, apenas se percibía el pesado tráfico de Lima como una distante trepidación. Miriam compartía la cotidiana frugalidad de Beltrán, que empezó a recortar las horas que pasaba en la Prensa. Rara vez aparecía después de las seis de la tarde, como antes, cuando revisaba personalmente la primera plana. Tendieron una línea telefónica directa entre la casa y la sala de redacción. Después Beltrán hizo arreglar una oficina para su esposa, que presidía el consejo económico de La Prensa y empezó a supervisar las páginas de sociales y de noticias culturales. 

Cuando Beltrán aceptó conducir el gobierno y se convirtió en Primer Ministro, acordaron dividirse el periódico. Miriam tomaba a su cargo todo cuanto no tuviese relación con la política. Esa era la parte de La Prensa que no se había modernizado totalmente. Las páginas sociales mantenían un lenguaje acartonado y ceremonioso. Sólo cambiaban nombres, títulos, fechas y lugares. Todas las bodas, todas las recepciones, todos los banquetes, todas las fiestas, todo se repetía, idéntico, monótono, adornado por la misma clase de fotos siempre, imágenes respetuosas, complacientes, favorables, la edad del visón y de los sombreros con tul, plumas y flores de seda, faldas pecaminosas que se aproximaban a la rodilla, cejas y bocas espesas. Una que otra joven provocaba sensación con un nuevo modelo globo o costal, pero el conjunto de retratos expresaba cierta desalentadora monotonía. Miriam había elegido a sus propios periodistas, quizás los más jóvenes e irreverentes. Se explicó con pocas palabras: en esas páginas también tenía que practicarse el periodismo. 


El novato editor del boudoir, como fue bautizada de inmediato la pequeña redacción que trabajaba para Miriam, telefoneó a uno de los veteranos de La Prensa, que se había retirado como corresponsal en Trujillo. ¿Y sabe o no sabe usted lo que es una noticia? Se malhumoró el corresponsal. No esperó explicaciones. Noticia hay en todas partes, sólo tiene que buscarla siguió el veterano... tiene usted que tratar a esa gente de sociedad lo mismo que a los personajes de las páginas policiales.



Comprendido. Al día siguiente se eliminaron títulos. Nada de don ni de doña, de señor o señora. Tienen nombre y apellido, punto. Se busca la noticia, lo nuevo, lo que es distinto. Periodismo, no pleitesía. Daba lo mismo el caso del monstruo de Armendáriz que la novia del año. El español que había estado a cargo de sociales, se fue dando alaridos. Tres señoras antiguas lo siguieron enfurecidas. Se escucharon tenebrosos pronósticos. La gente bien boicotearía el diario. Dejarían de comprarlo.


Miriam aconsejó seguir adelante. Pronto el estilo de La Prensa se propagó a esas páginas olvidadas. Se encontró novios que esperaban más de una hora en la iglesia porque la novia había rechazado el trabajo del peluquero o porque se malogró el Cadillac de la familia. Otras no estaban seguras de querer casarse. El deportista Aurelio Moreyra, que se casó con Marita Prado, la mujer más deseada del país, fue fotografiado desde un árbol mientras vestía el chaqué. Una joven nerviosa que sufrió un desmayo en el altar, apareció contrayendo matrimonio sentada en una silla de la sacristía. La Prensa acudía a todos los eventos para cazar noticias y las publicaba sin misericordia. Las tres horas que el embajador de Brasil demoró en llegar a una comida en su honor, motivaron un titular y el soponcio de sus desairados anfitriones. Los sabuesos se afinaban: la crónica de un baile empezó recordando que la dueña de casa se había puesto el mismo traje de noche por sétima vez. Y ya estaba fuera de moda. A la moda de hacía cuatro años se había presentado Vivian Leigh a una fiesta en la embajada británica, cuando el Old Vic visitó Lima. La noche en que Lolita Bellveliere, hija de la baronesa de Koenigswater, embajadora de Francia, se dejó cabalgar por el arquitecto Swen Vallin lo mismo que Anita Ekberg con Mastroianni en la Dolce Vita, la mejor foto se abrió paso hasta la primera plana, desplazando a otra sobre unos desórdenes en el Congreso. Miriam estaba feliz, había derrotado a don Pedro en su propio territorio. 


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Caretas, 30 de septiembre de 1985
Artículo de Elsa Arana Freire, fotos de Alejandro Balaguer





El Día que no estalló la Guerra con Chile



Fotografía de Oscar Medrano

Revista Oiga, 09 de agosto de 1993

Fuente original: Oiga en el Perú


El 11 de setiembre se cumple en Chile el vigé­simo aniversario del golpe de Estado contra el presidente socialista Salvador Allende perpetrado por el general Augusto Pinochet, comandante general del Ejército de esa nación. Desde el 11 de setiembre de 1973, Pinochet gobernó a Chile con mano de hierro hasta 1990, cuando se reinstauró la democracia con la ascensión del presidente Patricio Aylwin; sin embargo, Pinochet sigue manteniendo una fuerza gravitante en la política de ese país, desde su poderoso cargo de comandante general de las Fuerzas Armadas. El golpe de Estado que acabó con el experimento socialista de Allende, ocurrió siete meses después de que en el Perú el general Juan Velasco Alvarado, jefe del movimiento revolucionario que asumió el poder el 3 de octubre de 1968, tras derrocar al presidente constitucional Fernando Belaunde Terry, sufriera un aneurisma aórtico que le costó la amputación de una pierna (19 de febrero de 1975); la enfermedad marcó su declinación física y la de su poder, desatando pugnas internas que se resolvieron el 29 de agosto del mismo año con el pronunciamiento de Tacna encabezado por el general Francisco Morales Bermúdez.


A propósito de estas dos décadas de la historia política de Chile, la revista Qué pasa, de Santiago, ha iniciado, el 3 de julio, una serie de reportajes bajo el título los años que remecieron a Chile. El primero, publicado en tres ediciones sucesivas, toca un tema que va a causar asombro entre los peruanos porque, como lo dicen los editores de esa revista: "Aborda un suceso sobre el cual jamás ha aparecido ni siquiera un artículo que, al menos, dé una idea de lo que realmente ocurrió: la crisis que puso a Chile y a Perú al borde de una guerra entre 1973 y 1975". Este tema es tratado en dos números de 'Qué pasa'; el segundo capítulo, titulado "El acoso en tres frentes" también está vinculado a otro supuesto intento de agresión peruano a Chile ocurrido bajo el gobierno de Morales Bermúdez, esta vez con la complicidad de Argentina y Bolivia.


Indudablemente, el tema es apasionante, sobre todo porque abre entre nosotros una gran interrogante: ¿realmente sucedieron los episodios que narra Qué pasa? Por las páginas del semanario chileno desfilan militares de ese país que dan su propia versión y también figuran los nombres de militares peruanos que, según los cronistas chilenos, tuvieron participación en esa parte oscura de la historia entre los dos países. OIGA pública en esta edición las partes más importantes del capítulo que se publicó en la edición del 3 de julio y la versión completa del que apareció el 10 bajo el título 'Esperando la invasión'. La próxima semana lo haremos con el tercer capítulo.


El tema no sólo apasionará a nuestros lectores; también dará pie a que los militares peruanos mencionados por Qué pasa den su propia versión y nos permitan tener una visión más cabal de lo que realmente sucedió entre el Chile de Pinochet y el Perú de Velasco y Morales Bermúdez.


En medio de la noche, una fila de jeeps con las luces apagadas se desliza fuera del regimiento. Silenciosamente, miles de hombres toman senderos y huellas para ocupar sus posiciones. En las trincheras les esperan armas y municiones. Y mientras la enorme masa camuflada ocupa los desérticos terrenos que rodean Arica, en las calles de la ciudad algunos contingentes se ubican en puntos estratégicos. La población de Arica duerme tranquila, sin saber lo que está pasando. Pero en medio de la noche, algunas luces revelan que hay civiles trabajando. El alcalde de la ciudad revisa los últimos detalles; es él quien dirigirá la batalla en las calles. Ya su plan está listo, y todos, incluyendo los universitarios, van a jugar un papel en la defensa de la ciudad.

Es julio de 1975. Y Arica, con una población de 90.000 personas, está en pie de guerra. El Ejército chileno se ha plegado —listo para el enfrentamiento— en la más grave crisis militar de las últimas décadas. Al otro lado del límite las tropas peruanas se levantan en una gigantesca movilización sobre la frontera con Chile. Desde Lima, el gobierno de Juan Velasco Alvarado vuelve a alis­tar su poderosa maquinaria militar.


No es la primera noche y tampoco será la última en que los soldados ocupen trincheras y arenales, y en la que se teme que, finalmente, Chile y Perú se enfrenten en una sangrienta guerra. Durante meses de larga tensión, una y otra vez se repetirán los hechos. Una y otra vez Arica se aprontará a defenderse en esa larga espera que, desde hace más de un año y medio, vive el norte chileno.


El comandante del regimiento de Arica, coronel Jorge Dowling teme lo que pueda suceder ese invierno de 1975. Si hay guerra, dos alternativas se conjugan en su mente: "O Perú ve una resistencia tan feroz que no insiste en la agresión, o vivimos la historia de 'La Concepción' en grande". Como hace casi un siglo, en la sierra peruana, los soldados de Arica se aprestan a morir sitiados.


Durante 1974 y 1975 la tensión prebélica ha subido y bajado en Chile, como un tobogán. Desde que el general Juan Velasco Alvarado iniciara en el Perú el mayor rearme de su historia, el gobierno del general Pinochet se prepara para enfrentar un posible ataque peruano. Y aunque pocas declaraciones bélicas se han cruzado, en Chile persiste la certeza de que, si puede, Velasco va a intentar recuperar la zona de Arica, perdida en la Guerra del Pacífico.


Por lo mismo, en los puertos chilenos se instalan redes y sistemas de detección de submarinos. Dos veces la escuadra ha tenido encuentros con submarinos desconocidos en los mares del norte. Y ni al llegar a puerto baja la guardia de los barcos: radares y armas anti­aéreas se mantienen siempre mirando al cielo, por el peligro de los ataques. Todas las Fuerzas Armadas chilenas se han volcado al norte, aunque en Santiago nada de la tensión que se vive se filtrará a la prensa.


"Nuestra orientación en 1974 y 1975 era de preparación para el conflicto", evoca el almirante (r) Luis de los Ríos, en ese entonces jefe del Estado Mayor de la escuadra. "Estimábamos en un 60 a 70% las posibilidades de que nos viéramos envueltos en una guerra". Y como comandante del único regimiento de Arica —el Rancagua— el general (r) Adlanier Mena, también recuerda: "No una, sino muchas veces pensé que por una impredecible circunstancia íbamos al enfrentamiento".


En el Estado Mayor de la Defensa, corazón de la estrategia chilena, se estudia y planifica a todo vapor. Pero junto al acelerado rearme nacional, otro tema ocupa la mente de los militares. Una fina estrategia global ha ido cobrando cuerpo. Los generales chilenos estiman que la única forma de detener a Velasco Alvarado es demostrarle que no le será posible lanzar una ofensiva aplastante y rápida que le permita quedarse con los territorios reivindicados. Para esto, Chile se vuelca a construir un escenario que le hará saber a Perú que si va a la guerra, ésta será larga y revelará la debilidad estratégica vecina. Si bien Perú tiene una gran fuerza ofensiva, no po­see, según los generales chilenos, la capacidad logística —o de organización— como para sostener un conflicto prolongado. "En términos gráficos, el poderío peruano era como un gran puño, pero con un brazo delgado", sostiene el cientista político Emilio Meneses. En los escasos 20 kilómetros que separan a Arica de la frontera, los soldados trabajan día y noche. Con retroexcavadoras, y todo tipo de maquinaria, los regimientos pasan los días y los meses en lo que el general (r) Jorge Dowling llamaría "nuestra agricultura". Se excavan trinchera en eternos kilómetros, se levantan camellones y se instala una fábrica de tetrápodos, enormes figuras de cemento destinadas a formar diques para la contención de tanques.


Detrás de esa primera línea, se siem­bran 20 mil minas, que en 1981 llegarían a ser 60 mil. En cuadriculadas áreas, éstas son instaladas con un registro —del cual sólo existen tres copias— que revela dónde se encuentran las mortíferas cargas. Pequeños senderos, llamados brechas, permiten que los guías circulen sin riesgo. Pero si el conflicto bélico estalla, rápidamente se rellenarán las brechas con minas, y toda el área quedará intransitable.


Hacer la guerra larga no sólo significa interponer los mayores obstáculos en­tre la ciudad y la frontera. También hay que profundizar el territorio de batalla. Y si en 1974 existe en Arica un solo gran regimiento —el Rancagua— que cubre toda la frontera, en 1975 se crea el Regimiento Granaderos en Putre, con escuadrones de caballería, donde sólo existían instalaciones menores. Al año siguiente, nace el regimiento "Garra y Filo" en Alto Pacoyo, y así se continuará, hasta que en la década del '80 habrá seis regimientos en Arica, quedando en Iquique sólo cuatro, los de apoyo de mando. En un crecimiento orgánico, no sólo se desplaza gran parte de las fuerzas de Iquique hacía el norte. También hay un despliegue de los regimientos frente a la frontera, de tal forma que tanto en Arica como en alta montaña -léase Putre- se encuentran fuerzas de infantería y artillería.


El crecimiento se inicia en 1974 en las más precarias condiciones. Los hombres inicialmente van a acampar a los desiertos y áreas cercanas. La enorme marea humana convierte a la zona en un solo y gigantesco cuartel. "Vivimos enormes dificultades de alojamiento, alimentación y recreación para miles de hombres", recuerda un alto militar del norte. Similar proceso vive también en esos años la Fuerza Aérea y la Armada. Apresuradamente, ante el peligro de guerra, crea un teatro de acuerdo a la amenaza. En el caso de la Fuerza Aérea, después de la construcción de la base de Chucumata, nuevas pistas de redespliegue surgen en medio del desierto.


La adquisición de armamento también se orienta a demostrarle a Perú la larga guerra que se viene. Se triplica la cantidad de armas antiblindajes, que enfrentará a los tanques desde el suelo, con hombres escondidos en los came­llones. Y se adquirieron aviones F-5, así como los norteamericanos A 37: éstos volarán delante de las fuerzas de tierra, destruyendo tanques. La única ventaja de Chile en ese entonces —que vive una profunda crisis económica agudizada por la baja del precio del cobre y el shock petrolero mundial— es que las armas defensivas son sustancialmente más baratas que las ofensivas, que requiere y compra Perú.


En la acelerada preparación, todo vale. Y desde 1974 en adelante los uniformados chilenos harán uso, también, del ingenio militar. En Arica se creanvariadísimos elementos defensivos "made in Chile", como los tetrápodos, queirán a obstaculizar el paso de los tanques. Se estudian las posibles zonas dellegada de paracaidistas, para diseminar allí gigantescas púas de acero. Y mientras en el día se trabajé en trincheras y camellones, por las noches el comandante Odlanier Mena, del Regimiento Rancagua, lee Oh Jerusalem —relato de la lucha judío-árabe— donde toma ideas de defensa 'casera'.


Sin embargo, los ojos de la Defensa chilena no sólo están puestos en hacerle cada vez más costosa la guerra a Perú. Quizá la imagen más dantesca de esta guerra que no sucedió hubiera sido el escenario de Arica. En caso de enfrentamiento, el objetivo peruano sería conquistar Arica. "Era la carne de cañón, como cualquier ciudad fronteriza del mundo", recuerda un militar. Los ejércitos peruanos se encontraban demasiado cerca, y después de agredir con dos divisiones de tanques, vendría la batalla en las calles de la ciudad. Fuerzas peruanas aerotransportadas caerían sobre Arica después de los bombardeos y la poderosa brigada paracaidista peruana —entre 1,200 y 1,500 hombres— aparecería sorpresivamente. Los paracaidistas peruanos caerían más al sur de la ciudad, en lugares estratégicos que les permitieran cortar y aislar la zona norte del resto del país. Y otras fuerzas de infantería peruana buscarían el mismo objetivo, penetrando por el lado de Putre para bajar hacia el sur y hacer un envolvimiento hacia la costa. Así dejarían a Arica como un bastión sitiado.


Desde la frontera con Perú hasta las quebradas de Camarones y Vitar —límite natural, y límite también de la supuesta ambición peruana— sería entonces el campo de batalla. Un territorio fácil de aislar para los peruanos, si se bombardean las escasas carreteras de la zona. Y Chile, con pocas posibilidades de llevar la lucha terrestre hacia territorio vecino —por la densidad de las fuerzas peruanas en la frontera, corría serios riesgos de quedar con un pedazo del país completamente aislado y acosado.


Las continuas visitas del general Pinochet a Arica estaban destinadas a asegurarse que la ciudad resistiría hasta la llegada de refuerzos. Con la misma frecuencia viajaban altos mandos de la Marina —pieza clave en la defensa— y el general Gustavo Leigh también se haría presente en 1974. Cada vez, y a cada uno, en el regimiento Rancagua "les asegurábamos que resistiríamos hasta la llegada de ayuda", evoca el general (r) Mena.


Desde el escenario norte, era el general Carlos Forestier, comandante de la VI División, con asiento en Iquique, quien orquestaba y coordinaba las fuerzas que tendrían que ir en el refuerzo.


Apodado el 'zorro del desierto' —en clara alusión al mariscal alemán Eric Rommel—, Forestier era un duro militar, admirado y temido entre la tropa, que manejaba con mano de hierro sus divisiones, alistándolas para la guerra. Amante de los comandos especiales, o gurkas, era muy conocido entre los mili­tares peruanos por su vehemencia.


El alto mando ya tenía previsto que si Arica caía, la reconquista estaría en manos de los hombres de la Armada. En una operación anfibia, y con bombardeo naval, los infantes de marina serían cabeza de playa, para después permitir desembarcar a las tropas del ejército.


El 18 de setiembre de 1974 el coronel Odlanier Mena, comandante del regimiento Rancagua, único de Arica, tenía un problema muy especial. Como era tradición, para ese día se esperaba la visita de un destacamento del ejército peruano que, desde Tacna, iba todos los 18 de setiembre a saludar a los chilenos. Pero en la mente del comandante persistía una duda: que esta vez, además del destacamento de saludo, llegarán miles de 'visitantes' para iniciar la agresión.


Siendo amigo personal del general peruano a cargo de Tacna, Artemio García, Mena decidió entonces invitarlo a pasar el día a Putre. "Si algo pretendían, yo tendría cautivo y en mis manos a su general", evoca Mena. Entonces en el regimiento de Putre se viviría una inédita celebración del día patrio: con gran parte de sus armas e instalaciones camufladas se recibió al general peruano. Lo único que no alcanzaría a modificarse sería el discurso preparado, cuyo orador tuvo que saltarse párrafos enteros, que hablaban de los encendidos valores nacionales, cuando se estaba a las puertas de una agresión peruana.


Conscientes de la tensión, en la población civil de Arica se vivía día a día los preparativos militares de ambos lados. La ciudadanía sabía claramente el peli­gro que corría, aunque, nunca llegaron a enterarse de que las tropas chilenas estaban desplegadas. En 1974 los estudiantes secundarios habían sido organizados en brigadas, donde recibían instrucción premilitar para aprender a disparar. Las jovencitas, por su parte, vestidas con uniformes de la Guerra del Pacífico, eran entrenadas en primeros auxilios. Y es que, llegado el caso, todos serían indispensables en la aislada ciudad.


Los planes de abastecimiento, agua y luz fueron coordinados con las autorida­des civiles para el caso de conflicto. La " evacuación de mujeres y niños hacia áreas más protegidas se realizaría en la fase 'peligro de guerra', es decir sólo en el momento en que el conflicto resultara inminente. El Plan de Defensa de Arica, que dirigiría el alcalde de la ciudad, ya tenía organizado la labor de los bomberos, Cruz Roja y universitarios, todos ellos distribuidos por barrios y calles.


Mientras Arica velaba, esperando la hora de la guerra, en Santiago nuevas iniciativas del gobierno, más una serie de circunstancias externas, irían paulatinamente haciendo más difícil la agresión peruana. "El tiempo empezó a correr en contra de Perú", sostiene el cientista político Emilio Meneses. "Aunque Persistía el riesgo de que se precipitara en una ofensiva, ya en 1975 el panorama comienza a complicársele a Velasco Alvarado", agrega.


Por una parte, Chile responde a gran velocidad al desafió militar, diluyendo la posibilidad de un ataque vecino rápido y certero. Por otra, la situación económica de Perú comienza a deteriorarse con la misma rapidez con que empieza a sentir el peligro en su frontera norte. Los altos precios del petróleo le permite a Ecuador, que siempre ha reivindicado territorios peruanos, enriquecerse y armarse aceleradamente: a lo largo de los años 70 aumentará once veces su dotación militar, obligando a Velasco Alvarado a poner atención en esa frontera.


La Cancillería chilena irá desplegando, por su parte, una labor, cuyos hilos movidos orquestadamente con la Defensa también rendirán frutos. Desde Santiago se crea una serie de comisiones mixtas entre ambos países que logran el objetivo de acercar y apaciguar. Pero la más importante acción diplomática, sería el 'Abrazo de Charaña' del general Pinochet con el presidente de Bolivia, Hugo Banzer, en febrero de 1975.


Paralelamente, otra labor diplomática se desarrolla esos años, la que será Ilevada a cabo por los mismos comandantes chilenos que de noche despliegan las tropas en la frontera. Primero el comandante Odlanier Mena, y después el comandante Jorge Dowling —desde el regimiento Rancagua-- establecen estrechas relaciones con el mando militar de Tacna, a cargo del general Artemio García. Tratando de apaciguar la llamada 'zona caliente', la gran amistad que surge ayudaría en más de una ocasión a aquietar el polvorín fronterizo. Y permite situaciones tan anecdóticas como que en el invierno de 1975, cuando los alumnos de la Academia de Guerra santiaguina visitan Arica, encuentran sentado en la pérgola de la casa del comandante Dowling a todo el cuartel general peruano del regimiento de Tacna cantando el himno del `Rancagua'.


Y es que, según los actores chilenos del norte, la actitud de los militares peruanos revelaba que en Lima había unas cuantas 'cabezas calientes' envueltas en la idea de guerra. "El propio general García, de Tacna, consideraba que era un locura entrar en conflicto y así me lo dijo", evoca el general (r) Dowling.


Enmarcado en este mismo ambiente, en noviembre de 1974 se realiza en la línea fronteriza de Perú y Chile la ceremonia del Abrazo de la Concordia. Sin embargo, cuando ésta estaba en etapa de organización, el comandante Mena recibió una propuesta que lo dejaba en bastante mal pie.


"Hagamos un desfile —sugirió el general García— donde nosotros pasamos con dos escuadrones de tanques, y ustedes con otros dos". El comandante chileno no supo qué responderle". "¿De dónde sacaba dos escuadrones, si ni en todo Chile no los conseguía?", revela hoy. Afortunadamente, los militares peruanos aceptaron la contraposición de Mena de realizar un desfile simbólico, con banda instrumental y una treintena de hombres.


Sin un incidente preciso que detonara la tensión, sin un tema concreto en discusión —ya que el tratado de 1929 había zanjado los territorios de la Guerra del Pacífico— Velasco Alvarado había llegado a las puertas de la guerra, sólo imbuido por su fuerte tendencia nacionalista. Y el temor chileno ya no era sólo una agresión ordenada desde Palacio de Lima, sino también que "por cualquier estupidez" explotara un conflicto fronterizo y éste se generalizara.


Sin embargo, el tiempo se encargaría de que la larga profecía bélica no se cumpliera. Y mientras la estrategia chilena comenzaba a carcomer las ambiciones bélicas de Velasco Alvarado, hoy —20 años después— aún circulan innumerables versiones de por qué el Presidente peruano nunca dio la orden de iniciar el ataque.


Una de ellas —de origen peruano—relata que, cuando Lima se aprontaba a lanzar su ataque sobre Chile, los satélites norteamericanos registraron los movimientos de la tropa, y la Casa Blanca fue quien detuvo a Velasco Alvarado. Para Estados Unidos, los vínculos peruanos con la URSS eran un fuerte argumento para impedir la agresión, además de que a Washington jamás le ha interesado un conflicto militar en Sudamérica por las consecuencias que podría acarrear en esta área de su influencia.


Otra versión —recogida por la Mari­na chilena— apunta a que fue la fuerza naval peruana el gran freno para una incursión bélica. Siendo la marina la rama más derechista de las Fuerzas Armadas vecinas, y con difíciles relaciones con Velasco durante todo su gobierno, los altos mandos habrían declarado no estar listos en 1975, ya que —efectivamente— su rearme había sido el más lento de todos, y su poder de fuego se consolidaría sólo unos años después.


Sin embargo, más allá de las conjeturas, lo que puso punto final al peligro de guerra fue el derrocamiento del general Velasco Alvarado, en la madrugada del 29 de agosto de 1975. Paradójicamente, el hombre que lo sacaría de Palacio de Lima sería el mismo a quien el propio Velasco había señalado como su sucesor, el comandante en jefe del Ejército, general Francisco Morales Bermúdez, y uno de los conspiradores del golpe de 1968.


Esa madrugada y poco antes de que Morales concretara el golpe, dos llamadas telefónicas cruzarían hasta Chile. En una, el general Artemio García, comandante en Tacna, despertaría a las 05:00 horas al comandante Dowling en Arica para informarle que el general Morales Bermúdez sería el nuevo Presidente de Perú. Tras colgar, García se comunicó con la casa del coronel Odlanier Mena en Santiago, quien después de haber servido en Arica, había sido destinado a la Dirección de Inteligencia del Ejército. García repetiría textual la información entregada a Dowling, pero el propio general Morales Bermúdez tomaría el teléfono para confirmarle que el grupo de conjurados tenía todo listo para actuar.


Una de las razones que motivó el golpe de Morales Bermúdez, de acuerdo a versiones que circulan tanto en Chile como en Perú, fue evitar la guerra. Morales era un militar mucho más moderado que Velasco, y según una versión recogida por la embajada chilena en Lima, hubo un hecho preciso que lo habría impulsado a derrocar rápidamente a Velasco. En una visita a La Habana, Fidel Castro habría invitado a Morales a visitar unas instalaciones militares, donde había infinidad de tanques. "Tengo todo preparado, los tanques, y 12 mil hombres para caer sobre Arica junto con ustedes", le habría dicho Fidel. Morales, atemorizado de que esa loca idea pudiera convertirse en realidad, acortó su visita a Cuba, volvió a Lima y aceleró su conspiración. Poco tiempo después, en la embajada chilena se subrayarían con rojo los despachos de prensa que informaban que 12 mil soldados cubanos habían partido para Angola.


En Chile, la tranquilidad volvería a las filas militares apenas Francisco Morales Bermúdez se cruzó la banda presidencial en el pecho. Había terminado la más grave crisis militar del siglo con Perú. "La amenaza fue real, y el esfuerzo que se hizo para evitar la guerra fue enorme", concluye el cientista político Emilio Meneses. Pero tres años después, el espectro de la guerra volvería a cernirse en el norte. Se trataba de algo aún más grave. Por causa del inminente conflicto del canal del Beagle con Argentina, parecía hacerse realidad la peor pesadilla que siempre rondó a los estrategas militares: una agresión simultánea de sus tres vecinos.